sábado, 13 de abril de 2024

"SOY YO EN PERSONA"

 

Reflexión del Evangelio Domingo 14 de Abril de 2024. 3º de Pascua.

El evangelio de hoy nos narra la aparición de Jesús resucitado después de lo acontecido a los discípulos de Emaús.

Pero, cuando leemos meditativamente el texto, va creciendo en nosotros un interrogante: ¿Se está hablando de un hecho pasado o de algo que está sucediendo ahora mismo, en nuestras personas y circunstancias, 21 siglos después?

Lo cierto es que nos surgen a los cristianos de hoy los mismos interrogantes y dudas que entonces: ¿Todo eso de  Jesús resucitado no será una imaginación piadosa, y, por tanto,  Cristo un fantasma de novela ficción? ¿La cruz no fue sino un tremendo fracaso debido a casualidades trágicas e imponderables, que acabaron con el Galileo y el futuro de su mensaje? ¿Qué tuvo que ver Dios Padre en todo ello, y si lo tuvo, no fue un desentenderse culpable de la muerte de su Hijo y de la suerte de la humanidad? ¿Qué futuro nos queda?

Preguntas tremendamente actuales en medio de nuestro proceso cultural de secularización, de las inseguridades y los miedos que nos afectan como comunidad de creyentes; el reto de tener que revisar y afrontar la imagen que tenemos de Dios y de su modo de obrar, que no coinciden con nuestras expectativas, procesos y ritmos; la responsabilidad de tener que seguir anunciando al Resucitado y seguir viviendo del Resucitado y como Él.

El evangelio de Lucas nos responde. La comunidad primitiva era como nosotros. No un grupo de personas especialmente crédulas y supersticiosas que ansiaban, en el fondo, autoengañarse tras el shock de la crucifixión, inventándose la resurrección de su Maestro. Cuando Jesús se les presenta, la rección es de asombro, miedo, e, incluso, la alegría posterior al reconocimiento los desborda y deja atónitos.

Jesús está ahora vivo, es el mismo, pero no ya lo mismo. Tiene otro nivel de vida, de vivir su corporalidad y sus relaciones, lo que el evangelio de Juan llama su “glorificación”. Pero es Él con su historia concreta de donación y entrega, marcada indeleblemente en las llagas de sus manos y pies. Y no solo está vivo, y por eso la resurrección no es un simple revivir, ni una reencarnación, sino que es el Viviente, el Hijo del Dios viviente, partícipe de su misma gloria. También es el Vivificador, porque tiene toda capacidad para salvar, transmitir la vida divina a las personas, unir a Él como la vid a los sarmientos dando el Espíritu Santo sin medida.

¿Por qué pide de comer, si ya no necesita del alimento? Porque el comer, además de ser un signo de su realidad corporal, no fantasmal, es un testimonio y espacio de comunión. Al comer con sus discípulos, Jesús restaura la “común-unión” que se vivió por su parte en la última Cena y que fue traicionada por los suyos en su entrega y abandono en manos de sus enemigos.

Las comidas con el Resucitado, que nosotros prolongamos en nuestras eucaristías, nos indican que, como Él pidió al Padre, somos uno y compartimos su vida, su entrega, sus esperanzas, su resurrección en los caminos de la historia, como un pueblo en salida, en marcha hacia la plenitud final.

“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”. El destino trágico de Jesús no fue una casualidad, ni el designio de un Dios cruel, cuyo honor ofendido exigía la sangre de la víctima. Era la muestra de cómo Dios, Padre, Hijo y Espíritu, se habían tomado, en serio y a fondo, la salvación y plenitud de todo el ser humano, de todos los seres humanos y de todo lo humano, creación incluida. Como dirá el evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16)

Tal vez, lo que nos falta a los cristianos y cristianas de hoy, a nuestras comunidades, es la capacidad de sorpresa, asombro y alegría por atrevernos a afrontar (porque se trata del reto de la fe) la realidad del Resucitado y la nueva vida que surge en nosotros de la comunión con Él en amistad y seguimiento. Como dijo un místico cristiano ortodoxo: “El único pecado es no reconocer la presencia del Resucitado aquí y ahora y sus consecuencias”.

¿Cómo entiendo yo la resurrección de Cristo? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para mí? ¿Qué consecuencias tiene su resurrección para la Iglesia y para el mundo?

Fr. Francisco José Rodríguez Fassio

domingo, 7 de abril de 2024

"BIENAVENTURADOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO"


Reflexión Evangelio Domingo 7 de Abril de 2024. 2º de Pascua

La paz esté con vosotros

El evangelio de hoy nos presenta una primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el Cenáculo, la noche de la Pascua, y otra aparición que tiene lugar ocho días después.

A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Las puertas estaban cerradas “por temor a los judíos” (Jn 20, 19). Jesús se presenta ofreciendo palabras significativas. Podría reprenderles de manera severa, porque todos les abandonaron; sin embargo, le ofrece su paz a eso corazones paralizados y limitados por el miedo. Dos veces le dice “la paz esté con vosotros” (20, 19.21). Ese encuentro es también una gran alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (20,20). Se trata de la alegría por su victoria, la alegría sobre todo de su amor, que ha derrotado nuestro egoísmo y nuestra maldad.

Es la paz que viene después de la victoria. Jesús ha vencido al mal y a la muerte, al odio y a todo egoísmo; por eso puede traernos la reconciliación y la paz. En vez de un reproche, dirige a los discípulos un deseo de paz. Somos invitados a experimentar esa paz que nos regala Jesús con su resurrección, y esa paz es la clama a gritos nuestro mundo.

Yo os envió a vosotros

A continuación, después de repetir el deseo de paz, añade una tarea para los discípulos: “Como el Padre me envió, yo os envió a vosotros”. La resurrección de Jesús no es un hecho individual, que sólo tiene que ver con él, sino que nos implica a todos. Él nos comunica su vida nueva: una vida de amor intenso, que quiere transformar el mundo. Jesús resucitado confía misiones para cumplir: a María Magdalena, a las mujeres, y ahora a los apóstoles.

A fin de comunicarles la fuerza necesaria para llevar a cabo esta misión, que es la continuación de la suya (“Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros), Jesús les da el Espíritu Santo: “Recibid el Espíritu Santo”. El evangelista nos hace comprender así que el Espíritu Santo es un don del Resucitado, un don que Jesús nos ha obtenido con su victoria sobre la muerte.

En este sentido, el documento de Aparecida de la conferencia latinoamericano nos recuerda esta misión: “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (Cfr. DA 278, 2007).

Es tiempo de pascua, tiempo de reconocer y superar nuestros miedos que nos tiene poco paralizados. Cada uno tiene sus propios temores, que le quitan el entusiasmo, la decisión, el impulso. Las inseguridades y las desconfianzas profundas nos vuelven seres mediocres, que estamos siempre buscando seguridades terrenas. El incrédulo Tomás nos muestra que el miedo y la desconfianza están unidos. Podemos salir adelante dejando que la luz y fuerza del Espíritu Santo nos ilumine y teniendo la certeza que somos enviados por el mismo Jesús Resucitado.

Felices los que crean sin haber visto

En este párrafo se destaca la incredubilidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: “Felices los que crean sin haber visto”. La enseñanza dada a Tomás supone un beneficio para nosotros. De este modo nos hace comprender que la fe nos pone en una relación muy bella con él, más profunda que la visión material de su cuerpo resucitado. En efecto, nuestra relación con él debe ser una relación de fe. Y cuanto más pura sea la fe, tanto más profunda y perfecta nuestra relación con él.

Sucede muchas veces que, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprochar al incrédulo Tomás.

Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente.

Pero no podemos vivir intensamente sin una confianza profunda, porque sí estamos inseguros por dentro, nos volvemos como esos discípulos encerrados, incapaces de producir algo en la sociedad. Sin esa confianza que toca la raíz del corazón no puede haber alegría, optimismo, ganas de luchar. Tampoco puede haber una actitud misionera y generosa.

Finalmente, este texto nos dice que el evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; “otras muchas señales” que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ida transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la Tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2 Tes 2, 15: “Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta”.

Entonces no nos quedemos en los detalles, no nos detengamos a criticar la incredubilidad de Tomás. Lo que este texto nos quiere transmitir es que no tenemos que esperar una demostración para poder creer, y tampoco es necesario ver cosas extraordinarias. Basta permitir que el Espíritu Santo nos toque, ilumine el corazón y leer el Evangelio con confianza y apertura. Todos tenemos algo de Tomás dentro de nosotros. Perseveremos entonces en la oración, la meditación de la Palabra y la vida comunitaria, para que no crezca la duda sino la confianza creyente, y así dar testimonio de la fuerza de la fe en la resurrección y con el testimonio de la caridad fraterna.

Para meditar y reflexionar:

¿Soy un mensajero de la paz y de la alegría del Evangelio?

¿Cómo bautizados experimenta la necesidad de compartir con otros la alegría de ser enviado, de ir al mundo, a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado?

Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad: ¿Sois parte de una comunidad? ¿Qué te aporta y tú qué le das?


Fr. Leoncio Vallejo Benítez O.P.

domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS

Ntro. Padre Jesús de los Reyes en su entrada Triunfal en Jerusalén

HERMANDAD DE LA PAZ Y ESPERANZA

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!


sábado, 23 de marzo de 2024

"VERDADERAMENTE, ESTE ERA EL HIJO DE DIOS"

 

Reflexión del Evangelio del 24 de marzo de 2024. Domingo de Ramos

Los seres humanos sufrimos siempre la insatisfacción de no llegar a ser totalmente lo que somos, siempre caminamos en espera de una liberación. Soñamos con una realidad de plenitud que aún tiene lugar en nuestra existencia, es lo que llamamos “utopía”. Y como solos no podemos alcanzar ese mundo que añoramos, volvemos los ojos hacia un mesías, un enviado que nos dé respuesta. Cuando hacemos una radiografía a la historia bíblica nos encontramos con la promesa de que ese mesías llegará para liberar a la humanidad de todas sus deficiencias e introducirla en el paraíso de la felicidad.

En este sentido, la sociedad judía donde nació, creció y murió Jesús de Nazaret soñaba con una liberación definitiva; ese anhelo utópico de una felicidad sin sombras que todos llevamos dentro. Aquella sociedad judía era religiosa, y muchos esperaban que la liberación fuera obra de un Mesías enviado por Dios. Llegaría con poder para satisfacer las carencias del pueblo judío y liberarlo de sus enemigos. En otras palabras, soñaban con la llegada de un mesías caudillo que con su poder libraría política y económicamente al pueblo judío para que dominara sin más a todas las naciones. Sin embargo, el mesianismo de Jesús contrasta de manera importante con aquella expectativa de la religión judía. Así, en el relato evangélico de este domingo, Jesús cabalga con dignidad, sin triunfalismo, montado sobre un asno. A pesar de estar rodeado y acompañado de unas gentes que le rinden vasallaje aclamándolo, Él, Mesías-rey esperado, lo hace en forma humilde, sencilla, sin ostentación, hablando de modestia y paz. No es un rey guerrero que conquista la ciudad, sino que viene como príncipe de la paz.

De ahí que la conducta y trayectoria de Jesús nos hablan de otro mesianismo, de otra visión, de otro camino hacia la utopía de la liberación y de la felicidad. Esta conducta nos habla de un Jesús que caminaba con los legalmente impuros, que comía con los pobres, que restauraba la dignidad de los excluidos por cualquier razón. Su lógica, no es la del poder que se impone por la fuerza, ni son las normas religiosas dentro de esa lógica. La inspiración en la conducta de Jesús es el amor que sirve a los demás y se da gratuitamente para el bien de los otros. Es la gente sencilla que encuentra en Jesús de Nazaret al verdadero Mesías que hoy, aparentemente triunfante, se presenta montado sobre un asno, signo de mansedumbre y humildad. El Mesías liberador esperado no llega montado sobre caballos como los poderosos del mundo de la época. Así, la multitud de discípulos, escuchan, acogen y saltan de alegría celebrando el mesianismo del amor que practica y propone Jesús.

Unas voces discordantes

Las alabanzas no son unánimes, pues como contrapartida al gozo de los discípulos se alzan las voces de algunos fariseos mezclados entre la gente. Quieren que Jesús mande callar a los suyos, que les reprenda por su actitud, pues las aclamaciones les parecen inadecuadas. La fórmula que utilizan es de respeto, pues se refieren a Jesús llamándole «maestro». No sería fácil, al amparo solo de este texto, determinar si son gente de buena fe que están preocupados por una posible represión romana o si le niegan a Jesús la categoría de mesías rey que las alabanzas presuponen. Pero esta última aparición farisea huele a ofensa en la medida que la colocamos junto a las diatribas que ha tenido Jesús con ellos en los evangelios.

Partiendo de la realidad antes expuesta, entendemos que existe un simbolismo grande en la escena de la entrada a Jerusalén. Los discípulos aclaman a Jesús como rey que viene de Dios, ellos simbolizan a la iglesia. Los fariseos, al contrario, representan a Israel, pueblo selecto, que no quiso reconocer la presencia del Hijo de Dios en la tierra. Todo ello nos indica dos aspectos importantes: 1) Jesús ha suscitado un entusiasmo increíble en el pueblo. Su doctrina, su autoridad y los signos que realiza evocan la figura del mesías que llegaba. Era el cumplimiento de la esperanza depositada en el sucesor de David. 2) Jesús, al entrar en Jerusalén, lo hace como profeta religioso que se opone a la incredulidad de los fariseos.

A lo largo de la historia una y otra vez surgen mesianismos, a primera vista deslumbrantes. En economía, en política y en religión. Fácilmente sacralizamos al dinero, a personas o grupos en la gestión política o en el ámbito religioso. En el caso de Israel, aunque ya los profetas denunciaron la perversidad del Imperio Romano y la conducta de Jesús tira por tierra todos los falsos mesianismos, una y otra vez el pueblo cae en la tentación de esperar un mesías triunfante y poderoso. En la sociedad actual, la tentación es a vivir en una cultura que nos instala en la superficialidad con el riesgo de que perdamos esa dimensión trascendente que nos constituye. Sin esa dimensión, flotamos en lo que va saliendo, y al no encontrar asidero consistente podemos caer en el  desencanto y la desesperanza. La conducta histórica de Jesús propone un mesianismo nuevo.

Queridos hermanos, en este tiempo de gracia que es la Cuaresma, somos llamados a reflexionar sobre nuestra propia respuesta a la vida entregada de Jesús de Nazaret. ¿Cómo respondemos al amor desbordante de Dios manifestado en la Cruz? Que el misterio de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo resuene en nuestros corazones, transformándonos y guiándonos hacia una vida de amor, servicio y entrega. Que vivamos con gratitud por la redención que se nos ha dado y que, al seguir a Cristo, podamos compartir la esperanza de la resurrección.

Fr. Juan Manuel Febles Calderón